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OPINIÓN

20 de julio de 2014

Por qué la "ética Mascherano" conmovió a los argentinos

Atleta de primer nivel, héroe popular, carne de meme de internet. La consagración del jugador en el Mundial vino a señalar la falta de ejemplos de liderazgos positivos en nuestro país. La siguiente nota analiza el fenómeno y celebra su ejemplo de trabajo y humildad

Terminó un Mundial interesantísimo. Ya hemos escuchado balances de todos los colores y ha surgido una ola de optimismo que ha expresado la importancia de lo realizado por nuestros jugadores. Ante ello, queda la duda con respecto al futuro deportivo inmediato y la continuidad de los resultados alcanzados.   En lo futbolístico, nos ha costado mucho condensar nuestras experiencias y evaluarlas para consolidarlas en proyectos que permitan establecer dinámicas de largo plazo. Casi una postal del refundacionalismo argentino: un encadenamiento de disrupciones en donde hemos buscado anular a lo anterior, en el monólogo de una voz siempre semejante a la propia.   Este Mundial nos ha permitido ver algo bien distinto en nuestra selección. Parecemos estar delante de un modo de trabajo diferente. Pudimos escuchar a un DT como Sabella que responde adecuadamente las preguntas y que es respetuoso con todo aquel que se le acerca. Parece algo nimio. Pero no.   Para mensurar la relevancia que esto tiene, basta buscar en internet los videos de las conferencias de prensa de Diego Maradona durante Sudáfrica 2010, con chicanas constantes a los periodistas, con burlas explícitas y una omnipotencia verbal notable frente a cualquier rival. Así nos fue. Cuatro años después, ni bien terminó el Mundial de Brasil 2014, el excéntrico jugador de Villa Fiorito no pudo con su genio y frente al Balón de Oro recibido por Messi señaló: "Quieren hacerle ganar algo que no ganó, es injusto".   Saquemos de lado la performance de Messi, ¿era necesario que Maradona hiciera esa observación a pocas horas de terminado el Mundial? No. Valía la pena un poco de continencia oral en este caso. Ese comentario fue un signo más de sus modos de ningunear, de invalidar y de seguir autolegitimándose como el mejor, por sobre todas las cosas (incluso por sobre la tristeza ajena, sentimiento que él conoce bien). El vedettismo-una vez más- le ganó a la caballerosidad. No nos engañemos, existen ese tipo de actitudes porque existen quienes las aplauden.   La selección argentina mostró durante el último mes formas absolutamente diferentes. Al pisar nuestro país, el infatigable Javier Mascherano le expresó a la Presidenta: "Hemos dejado a la gente valores de cómo competir, de la manera para hacerlo, ojalá marquemos un camino de cómo seguir".     Sí, léalo de vuelta. Esto no es poca cosa en boca de un hombre que no se dedica a dar cursos de ética política, sino a llegar antes que su contrario a una pelota y dársela a un compañero. A él mismo lo vimos ayudar a levantar a sus rivales caídos (algo que escasea cada vez más en un fútbol con un espíritu cada vez menos amistoso). Tiene razón este excelentísimo profesional que hoy es admirado por casi todos nosotros: la siembra de este plantel dio sus frutos y al darlos nos recordó que hace tan solo cuatro años, nuestro combinado de fútbol no era un vivero en donde florecían los valores (la popular expresión "LTA" en boca de alguien que era el responsable máximo de un grupo humano no parecía ser un gesto de liderazgo saludable para seguir).   Quizás sea bueno que estos modos alcanzados persistan en nuestro fútbol, que no se trate de un volver a empezar, que esta base ética sirva para que nuestro campeonato local también se contagie de estas formas de competir y que también alcance a quienes asisten a los estadios y a las televisaciones. Es decir, a toda la sociedad.   Hay tan pocos signos colectivos -respetuosos y constructivos- en el desierto del ninguneo y el escarnio mediático y personalista que nos circunda que se hace trascendental recalcar este oasis, esta referencia tan visible a los ojos de todo el mundo.   Celebremos, entonces. Celebremos que la selección argentina adentro de la cancha no se dedicó -como otras selecciones- a no dejar jugar al rival con faltas, ni a meter goles con la mano, ni a compartir bidones dudosos, ni a terminar a los puños por la impotencia de la derrota.   Celebremos que fuera de la cancha tampoco se entregó a la chicana en las entrevistas y que optó, como pocas veces, por el sendero -siempre largo y arduo- de la palabra educada, de la escucha atenta, de la honestidad y del trabajo en equipo.   Por estas cuestiones es necesario valorar profundamente el camino de este subcampeonato. El fútbol es un deporte altamente socializado y el respeto social da previsibilidad en nuestra vida cotidiana. Quien es insolente e quebranta las normas puede llegar a salir con cualquier cosa, no existe una lógica planificada en su accionar, se torna hijo de su impulsividad frente a las reglas. Necesitamos más de esa previsibilidad en todos nuestros ámbitos institucionales. Cada uno sabrá dónde.   El fútbol, como la política y las relaciones sociales, es un juego en donde los valores, la consideración a las normas y el respeto por el otro —por sus capacidades, por su historia y por sus ideales distintos de los propios— son vitales.   A Mascherano, entre lágrimas -y de puro humilde que es este argentino- se le olvidó decirnos en la cara, como en la arenga de cada partido a sus compañeros: "Muchachos, el fútbol es como la vida, se juega con los mismos valores que se viven afuera de la cancha, nosotros juguemos... quien quiera oír que oiga".   El autor de la nota es filósofo y doctor en Ciencias Sociales. @NicoJoseIsola

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