El presidente Juan Manuel Santos recibió este sábado el premio Nobel en Oslo, un reconocimiento a su tenaz búsqueda de la paz para Colombia pese a la esquiva respuesta de sus compatriotas que hace dos meses rechazaron en plebiscito un acuerdo con la guerrilla FARC.  

Seguro de que era “el mejor acuerdo posible”, Santos decidió someter su pacto con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC, marxistas) a la refrendación popular el 2 de octubre. Pero contra todo pronóstico, ganó el No.  
Y para mayor sorpresa, cinco días después la academia sueca anunció que le otorgaba el Nobel de la Paz.  

Según dijo Santos en su discurso este sábado, la noticia del premio “llegó como un regalo del cielo” y le dio fuerzas para sellar un pacto renegociado, que incluyó propuestas de la oposición y que fue refrendado la semana pasada en el Congreso, donde tiene mayoría.  

"El Premio Nobel fue el viento de popa que nos impulsó para llegar a nuestro destino: el puerto de la paz”, dijo este sábado en Oslo el mandatario, para quien Colombia “está haciendo posible lo imposible”.  

A Santos, bogotano de 65 años, lo critican por su frialdad y escasas dotes comunicativas. Pero le reconocen una férrea disciplina, autoridad nata y autocontrol ante las crisis.  

‘Es un político audaz, muy buen estratega”, apunta su cuñado y asesor Mauricio Rodríguez.  
Según allegados, minutos después de perder el plebiscito, tuvo la claridad de “proteger el cese al fuego vigente con las FARC, llamar a la guerrilla a renegociar y exponer la mezquindad del (expresidente) Alvaro Uribe”, principal opositor al acuerdo.  

Baja popularidad
  
Pero para sus detractores, Santos, que carga con un índice de desaprobación de 59,5%, desconoció el sentir popular.  Entre ellos, el expresidente Andrés Pastrana insistió que “el nuevo acuerdo no es legítimo” porque los colombianos debían “volver a las urnas” para refrendarlo.  

Y aunque el proceso con las FARC se consolide, para la “paz completa” que el mandatario desea para “hacer de Colombia un país normal” aún debe sumarse al Ejército de Liberación Nacional (ELN), la última de las guerrillas surgidas en los años 1960 que protagonizaron, con paramilitares y agentes estatales, la cruenta guerra interna.    

El “traidor”

Santos “tuvo la valentía de cambiar el rumbo”, dijo a la AFP el jefe negociador del gobierno con las FARC, Humberto de la Calle, refiriéndose a la decisión del mandatario de negociar la paz al asumir en 2010, tras dirigir, como ministro de Defensa de su antecesor Uribe, la más feroz ofensiva contra las guerrillas.  
Si hizo la guerra fue “como un medio para lograr” la paz, recordó Mauricio Rodríguez.  

Reelecto en 2014, Santos no cejó en su empeño, pese a la dura oposición de sectores conservadores liderados por Uribe, que siempre lo consideraron “traidor”.   

Estaba convencido de que alcanzado un pacto con las FARC, los colombianos lo aprobarían. Pero se equivocó.  

"Tiene fama de calculador, pero paradójicamente fue un error de cálculo creer que el hastío de los colombianos con la guerra podía contrarrestar la fatal combinación del inmenso rechazo a las FARC y sus bajísimos niveles de popularidad", comentó a AFP la periodista María Elvira Samper.    

Modernizador   
"Santos representa la modernización del país. Y terminar la guerra con las guerrillas es, en su concepción, una necesidad fundamental para ese objetivo”, opinó Mariano Aguirre, encargado del Programa Colombia del Centro Noruego para la Resolución de Conflictos (NOREF). Quitar ese freno para el desarrollo ha sido el motor de su obstinación por la paz.  

"Sé qué es lo correcto", dijo Santos meses atrás a AFP sobre su empeño para ver la luz tras la “horrible noche”, que ha causado 260.000 muertos, 60.000 desaparecidos y 6,9 millones de desplazados en medio siglo.  

Santos ha debido lidiar con su falta de carisma desde que dejó en 1991 el diario El Tiempo, entonces propiedad de su familia, para perseguir el sueño presidencial.  

"No transmite emociones, pero no quiere decir que no las sienta. Es el mejor papá del mundo”, aseveró Samper, prima del mandatario, para quien su liderazgo “ni populista ni mesiánico” y “muy racional (...) no conecta con el país de hinchas que es Colombia”.    

Estela de Roosevelt   
A este sobrino nieto del expresidente Eduardo Santos (1938-42), cadete de la Armada, con estudios de economía en Estados Unidos y Londres e incursión en la diplomacia y el periodismo, la paz con las FARC lo ha enfrentado a la élite con la que siempre se ha codeado.  

Pero a él, que se precia de seguir el modelo de Franklin D. Roosevelt, el presidente estadounidense de origen acomodado que hizo reformas radicales, no le importará ser recordado como un “traidor a su clase”, según ha dicho.  

A AFP le aseguró no tener ambiciones políticas después de 2018, cuando prevé retirarse con su esposa María Clemencia Rodríguez, madre de sus tres hijos, a esperar a los nietos para enseñarles a leer y a comer mangos en su finca.  
"No quiero convertirme en prisionero del poder”, resumió el hombre de la palomita blanca en la solapa.