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INTERNACIONALES

23 de julio de 2014

Tres besos, un abrazo y un email: los últimos momentos de los pasajeros del MH17

Tragedia aérea.Estas son algunas de las historias de las personas que abordaron el fatídico vuelo de Malaysia Airlines, derribado en Ucrania, la semana pasada

En su cuarto, en su casa cerca de Amsterdam, Miguel Panduwinata se acercó a su madre: "¿Mamá, te puedo abrazar?".

Samira Calehr envolvió con sus brazos a su hijo de once años, quien desde hacía unos días se mostraba extrañamente agitado, lleno de preguntas acerca de la muerte, el alma y Dios. Al día siguiente, Samira debía llevar a Miguel y a su hermano mayor, Shaka, al aeropuerto para que pudieran abordar el vuelo 17 de Malaysia Airlines, con rumbo final a Bali, para vistar a su abuela.

Miguel, un chico alegre y muy acostumbrado a viajar, debía haberse mostrado excitado con el viaje. Lo esperaba un paraíso de jetskies y surf. Pero algo andaba mal. Ya el día anterior había preguntado: "¿De qué manera elegirías morir? ¿Qué le pasaría a mi cuerpo si lo entierran?". Y simplemente ahora, abrazaba a su madre y se negaba a soltarla.

Es que me va a extrañar, pensó su mamá. Así que se acostó con él y durmieron juntos.A las once de la noche del día siguiente, Miguel y Shaka y otras 296 personas morían a bordo del MH17.

El Boeing 777 de Malaysia iba repleto de pasajeros desde Amsterdam a Kuala Lumpur, cada uno con historias de nuevos comienzos y finales: la emoción de una nueva aventura o de vacaciones soñadas para unos, o el alivio de volver a casa para otros.

Fue el amor y un nuevo comienzo lo que llevó a Willem Grootscholten a viajar. El fornido y divorciado ex soldado holandés de 53 años -un hombre gigante y gentil- había vendido su casa y se mudaba a Bali para empezar una nueva vida con su querida Christine, a quien había conocido por casualidad en un viaje a Indonesia el año pasado.

Tomaron café y se conectaron. Grootscholten tenía que volver a Holanda. Pero quedaron en contacto online y su relación floreció. En vísperas de año nuevo, la sorprendió tocando el timbre de su casa. Y pasaron juntos tres semanas.

Christine, madre de Dustin y Stephanie, había enviudado hacía seis años. Los chicos enseguida se vincularon con Grootscholten, y llegaron a llamarlo "papi". Los cuatro permanecieron "en línea", casi todos los días vía Skype. Cuando llegó mayo, él viajó a Bali y se confesó: quería pasar con ella el resto de su vida. Se despidieron con tres besos, los últimos, en junio.

Para el neozelandés Rob Ayley, de 29 años, el vuelo MH17 marcó tanto el fin de un largo viaje de un mes por Europa como el principio de una nueva carrera.

Su vida no había sido fácil. Diagnosticado en su adolescencia con síndorme de Asperger (un tipo de autismo), siempre luchó para entender las emociones de los demás. A los 16 dejó el colegio y saltó de un empleo a otro. Cambiaba de obsesiones, autos primero, la batería después y finalmente los perros, los Rottweilers.

Y en el camino se enamoró de Sharlene. Se casaron y tuvieron dos hijos. Seth y Taylor. La paternidad lo cambió: y decidió ser el proveedor de su familia. Entró en la universidad, estudió ingeniería química y se volcó a su pasión: la cría de Rottweilers.

Viajó a Europa a visitar criaderos con el objetivo de llevar de regreso a Nueva Zelanda un buen ejemplar de la raza o varios.

Visitó criaderos y se hizo amigo de los dueños. Finalmente, llegó la hora de volver a casa. El miércoles de la semana pasada, a la noche, Ayley envió a su madre un e-mail: "Fue un viaje largo, largo. Vimos a los mejores Rottweilers del mundo, hicimos contactos y amigos para toda la vida, pero ahora ya estoy listo para volver a casa. Espero que esté todo bien. Si no hablamos antes, nos vemos el sábado. Mucho amor, Rob".

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