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1 de junio de 2025

Para entender a Vladimir Putin

Llama la atención que el líder ruso sea seguido por la derecha en Europa mientras que, en Latinoamérica, es atractivo para el castrochavismo

>No debió haber causado tanta ilusión la posibilidad que Rusia aceptara el cese del fuego que le fuera ofrecido por EEUU, en lo que era objetivamente un buen trato para ellos, y donde, al parecer, el primer sorprendido ha sido el presidente Trump. Quizás ello ocurrió porque se confió en que el líder ruso haría algo distinto a su trayectoria, quizás también fue una promesa de campaña de solucionarlo con una rapidez que ninguna guerra permite. Igual una pena, porque no hay otra posibilidad de paz en estos días.

¿Qué tienen en común?

En otras palabras, aunque no guste, siempre hay que creerles, sobre todo, si ahora coincide con una guerra que Putin está convencido de ir ganando, ya que después del fracaso de la toma rápida de Kiev, es desde hace tiempo, una terrible guerra de desgaste, para sufrimiento diario de los ucranianos.

¿Qué más pueden tener en común?

Que ambos desearían que no hubiesen sido involucrados en algo que hoy es reconocido que nunca ocurrió, la llamada “trama rusa”, es decir, que la elección de Trump el 2016 se debió a la interferencia de Putin. Eso choca con la gran autoestima que tienen de sí mismos, ya que tanto Putin como Trump tienen un convencimiento absoluto que son hombres providenciales para arreglar sus respectivos países, y todo indica que la seguridad en sí mismos es tal, que podrían repetir junto con el rey sol francés “El Estado soy yo”. Por último, se parecen en algo más, que, sin buscarlos, tienen seguidores e incluso imitadores en otros países, lo que no creo que les guste especialmente, ya que lo que aspiran es a ser líderes de sus países, en quienes ambos ven mucho más que una nación, sino, una especie de civilización propia y única.

Putin sigue a Ilyín en hacer responsable al zar Nicolás II del colapso del imperio, ya que califican de error crucial a su abdicación, que sería ejemplo del daño que provoca la debilidad en el ejercicio del poder, un elemento recurrente en Putin. A pesar que Putin no es ejemplo de religiosidad, ambos son herederos de una tradición ligada a la Iglesia cristiana ortodoxa, a la vez rusa y eslavófila. Para ambos, la URSS fue la forma que tomó el imperio ruso bajo el comunismo.

Por todo ello, no es raro que Putin se haya involucrado personalmente, tanto en la publicación de los 23 volúmenes de sus obras completas como en llevar sus restos de regreso y en la consagración de su tumba. Los historiadores del futuro, al intentar comprender a Putin, van a estar enfrentados a elegir con cual zar debe ser comparado, si con la orientación occidentalista de Pedro el Grande o la asiática de Iván el Terrible, siendo la respuesta correcta una mezcla de ambos.

En su visión geopolítica predomina el euroasianismo, que es un movimiento, a la vez cultural e ideológico, que surgió en las comunidades de emigrados rusos a partir de la segunda década del siglo XX y cuyos principales teóricos fueron Nikolái Danilevski y Konstantin Leontiev. Con posterioridad a la caída de la URSS y al fracaso posterior del liberalismo económico (sin cuya crisis no se puede entender el ascenso de Putin), reaparece en los 90s con fuerza, como un euroasianismo ruso, como una escuela que surge como contrapartida al llamado atlantismo, que incluía la dependencia europea de EEUU en esos años. En Rusia surge como corriente iliberal, alejada frontalmente del liberalismo, pero también del comunismo, que critica tanto a la democracia como a la modernidad, adquiriendo protagonismo, más mediático que de poder real, Alesksandr Duguin, aunque por sus antiguos coqueteos fascistas, me permito dudar de su verdadera influencia intelectual o política sobre Putin.

Así como Putin tiene una ideología y un filósofo, también tiene, sobre todo, en la guerra de Ucrania, un general. Se trata de Valeri Gerasimov, a quien vengo siguiendo desde que publicara el 2013 el ensayo titulado “El valor de la ciencia en la anticipación”, trabajo que pasó más bien desapercibido entre analistas de defensa hasta la invasión de Crimea, donde Gerasimov estuvo detrás de los llamados “hombrecitos de verde”, quienes la conquistaron sin disparar un tiro, táctica que se ha popularizado con el nombre de “guerra hibrida”, aunque el nombre no es creación de los rusos. Aún antes de ese ensayo, en la década anterior ya había llamado la atención, tanto que recuerdo un seminario organizado en la International Political Science Association, el organismo mundial de la especialidad, en el que me tocó participar en mi calidad de presidente del Comité especializado de Fuerzas Armadas y Sociedad.

Hoy, Gerasimov es el responsable principal de la invasión rusa, el general de Putin, con el cargo de Jefe de Estado Mayor, donde dos decisiones políticas son ambas ciertas, que Rusia es el único responsable al invadir Ucrania, lo que no debe ser olvidado, como también debe mencionarse que hubo una promesa no cumplida a Gorbachov -probablemente para que aceptara la reunificación alemana- que no habría expansión de la OTAN hacia los países del Pacto de Varsovia, lo que ocurrió a pesar de las advertencias críticas de Kissinger, siendo obra de la entonces secretaria de Estado Madelaine Albright, en el gobierno de Clinton.

Mas aún, según ellos, el origen de la guerra de Ucrania no habría sido su invasión, sino que Occidente fue quien la provocó con la agitación de la Plaza Maidan en Kiev el 2013, y la renuncia posterior del presidente Yanukovich el 22 de febrero de 2014, para ellos un golpe parlamentario, por la decisión de acercarse a Rusia y alejarse de Europa, golpe del cual responsabilizan con nombre y apellido a una diplomática estadounidense al igual que culpan a EEUU del fracaso posterior de los acuerdos de Minsk y de haber presionado a Ucrania para que rechazara las condiciones de Moscú para retirar a sus tropas, en la reunión que sostuvieran ambos países en Estambul el 2022, por mediación de Turquía poco después de la invasión.

Por cierto, Putin es un autócrata y al respecto, basta observar su trato a los disidentes y lo que ocurre con la eliminación de adversarios, pero para entenderlo, además de creerle lo que dice y/o se anuncia en su nombre, hay que ver cómo lo condiciona el fin de la URSS, lo que él ha llamado “la peor catástrofe geopolítica del siglo XX”, pero no para reestablecer el comunismo, sino para la reaparición de un proyecto que viene desde los zares, el de la Gran Rusia. Llama la atención que Putin sea seguido por la derecha en Europa mientras que, en Latinoamérica, es atractivo para el castrochavismo, sin embargo, dentro de Rusia no hay confusión, ya que lo suyo es una revolución conservadora, no solo en la identidad impresa al país, sino en la defensa de valores tradicionales, en su oposición a la ideología de género, y, sobre todo, en su combate contra un Nuevo Orden Mundial por sobre las identidades nacionales.

En el año previo a la invasión, en el Índice de Democracia 2021 de The Economist, Rusia figuraba en la categoría de “autoritario” en el número 124 entre 167 países, malo según estándares escandinavos, pero también es cierto que a pesar de la guerra y la represión a los disidentes, hoy existen en Rusia más libertades que muchos otros periodos de su milenaria historia, a pesar de que figura mal también en índices internacionales de corrupción, pero en forma significativa, su ubicación promedio en el cuarto de siglo que Putin lleva en el poder, en los índices tanto de democracia como de corrupción, no difiere mucho de las de Ucrania, también afectada por la existencia de sus propios “oligarcas”.

No hay duda de que a Putin lo ha ayudado en vez de perjudicarlo la política de cancelación, no solo de su persona sino de Rusia en general, donde se hizo extensiva a artistas, deportistas y oligarcas dueños de equipos de fútbol en Inglaterra. No solo en eso se equivocaron EEUU y la OTAN, ya que las sanciones no han dado resultado, no al menos para detener la maquinaria bélica. Por su parte, la prensa y los analistas erraron al anunciar tantas veces que iría a caer, el fin de su poder absoluto o del gobierno, ya que incluso su momento de mayor debilidad se transformó en definitiva en la estatización del grupo Wagner, tal como lo demuestra su despliegue al servicio del Kremlin en la África francesa donde Macron sufrió otra derrota, por lo que hoy es instrumento de política exterior de Rusia en un 100% y no solo parcialmente.

Sin embargo, diálogos limitados adquieren un matiz distinto en el caso de EEUU, toda vez que, por tratarse de la superpotencia, Putin no quiere un diálogo, sino una negociación, algo semejante a lo que existió en la Guerra Fría, donde después de Cuba, EEUU negoció con la URSS con paciencia, la nueva política de coexistencia pacífica que se conocería como “détente”. Como la URSS se desplomó tan rápidamente, lo que quiere es que EEUU negocie con Rusia las fronteras que dividieron al antiguo imperio. Pretende que sea con él y solo con él, ya que se considera el defensor de las minorías rusas que quedaron viviendo en otros lugares de la ex URSS.

¿Qué ganaría EEUU? Dos cosas: evitar que siga invadiendo y solucionar focos futuros de conflicto en lugares como Kaliningrado o Moldavia, y, sobre todo, la posibilidad de que Rusia se retire de algo que nunca había existido antes, ni siquiera bajo el comunismo, una alianza con China, donde Rusia es el socio menor. Podría ser de interés para EEUU que no siga profundizando esa dependencia, desde el momento que uno de los grandes errores bajo Biden, fue prácticamente entregarle a Rusia, al cortar todo intercambio significativo con Moscú, a pesar de que bajo el comunismo la relación nunca se quebró.

Sin embargo, Putin se equivoca, ya que nada indica que EEUU quiera repetir al revés, el viaje de Nixon a China en 1972, para que ese país no cayera en manos soviéticas después del fracaso de la Revolución Cultural, aunque sin quererlo se convirtió en su único rival verdadero en el siglo XXI.

Máster y Doctor (PhD) en Ciencia Politica (U. de Essex), Licenciado en Derecho (U. de Barcelona), Abogado (U. de Chile), excandidato presidencial (Chile, 2013)

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