Fútbol argentino: mucho talento, demasiado dinero. Perfecto para disimular a maleantes empeñados en destruir el deporte. La actitud "mafiosa" y violenta sigue unida a la mediocridad; todo protegido por la dirigencia. Nos vamos tristemente acostumbrando a que el circo de muchos es monopolio de pan para pocos.

Las violentas barras bravas argentinas gozan de fama, poder e impunidad. Obtienen prebendas de los clubes a los que apoyan y al mismo tiempo amenazan y extorsionan a directivos, jugadores, técnicos, árbitros, vendedores ambulantes, trapitos y aficionados.

Esta semana, hinchas violentos de Atlanta irrumpieron en un entrenamiento del equipo, amenazaron a los jugadores y golpearon ferozmente en el rostro a uno de ellos, causándole una fractura en el tabique. Los delincuentes les dieron plazo a los futbolistas de "48 horas para juntar 100 mil pesos" o "caso contrario vendrán armados a la próxima práctica". Y no nos escandalizó tanto.

Robo organizado, extorsión y chantaje, violencia agudizada, pactos de silencio y complicidad, negocios turbios, padrinazgo de políticos y sindicalistas. El hincha pone dinero, paga su cuota y paga su entrada  porque ama su club. Los barras, al contrario, viven a expensas del club y de mucha gente temerosa.

Nos han querido hacer creer -especialmente a los más jóvenes- que la mística del fútbol la tienen los barras, que ése es el amor incondicional al club; que si no se está de acuerdo con estos delincuentes no se es un verdadero hincha y por sobre todas las cosas, nos quisieron hacer creer que el fútbol, ese fútbol era el nuestro.

El fútbol que los argentinos sienten y que lo gritan en cada gol, es distinto; es un fútbol solidario y respetuoso, inclusivo y orgulloso de serlo. No podemos seguir dando de comer a los violentos e inadaptados, soportar a los "sin límites" y aprovechadores. Algo tiene que cambiar; tal vez desde nosotros mismos.