Por Alicia Barrios
Enviada especial al Vaticano

Francisco abrió las puertas de Castel Gandolfo, la residencia veraniega, de Su Santidad en Roma. Hace 400 años que estaban cerradas bajo siete llaves. Solo disfrutaban de esas 50 hectáreas y el lago volcánico de Albano, que se lo puede contemplar desde todas las ventanas, el Papa de turno con sus personas de confianza.

Es un Palacio de Tronos y allí todo lo que reluce es oro. A partir del viernes es un museo al que todos los ciudadanos comunes y corrientes pueden visitar. Los jardines, son ideales para pasar una tarde tomando mate. Está permitido.

Francisco dijo en primera persona: "mi villa suburbana de Castel Gandolfo, esta obra maestra que mis predecesores amaron, a mí no me interesa". Él explicó que tiene problemas, líos y mucho que oír desde su oficina de Roma, por eso quiere que este lugar sea donado al pueblo de los fieles.

Francisco democratizó un universo exclusivo que era del Papa y sus colaboradores. Ahora es de todos, con un patrimonio de obras de arte sólo comparable al de San Pedro. A simple vista, se nota que el Sumo Pontífice decansaba durante todo el periodo estival. ¿Quién mandaba en Roma?: la burocracia de la curia romana.

Francisco es un Papa que trabaja de cura y Santidad. Tiene otros tiempos. El dormitorio es majestuoso pero la cama, donde durmió Benedicto y todos sus antecesores, menos Francisco, es pequeña. Tiene más de 200 años y en esa época no existían las de dos plazas.

Este viernes, en la inauguración del museo apostólico, invitaron a todos los periodistas del mundo. Un detalle: la música que se oyó, fue un breve concierto de ópera, con instrumentos de una orquesta china que hicieron sonar: "La Belleza". Si un lugar en el mundo espera Francisco para estrechar puentes, ese es China, donde lo van a esperar con los brazos abiertos. Nada es casual, ni tampoco para siempre.