Martes 8 de Julio de 2025

Hoy es Martes 8 de Julio de 2025 y son las 17:42 -

8 de julio de 2025

El renacer de Fernando Parrado: cómo el deporte marcó su vida tras sobrevivir a la Tragedia de los Andes

Protagonista de una de las historias más extremas de superviviencia, el uruguayo tuvo dos vidas: una antes del accidente y otra después. Ambas, atravesadas por el deporte

>Fernando Parrado “murió” el 13 de octubre de 1972 y volvió a nacer el 22 de diciembre de ese mismo año, cuando fue rescatado después de una intensa caminata por la Cordillera de los Andes.

Quizás antes del accidente el destino de Parrado estaba escrito sobre césped: podía haber sido un gran jugador de rugby, una figura del Old Christians Club, incluso un referente de Los Teros (selección uruguaya de rugby) y del deporte uruguayo en general. Pero la vida, brutalmente interrumpida en los Andes, le ofreció otro camino.

Desde el rugby en su colegio de Uruguay al automovilismo, el motocross, el boxeo y las motos de agua. Parrado encontró en el deporte no solo una forma de competir o mantenerse activo: fue una manera de sanar, de recomenzar, de conectar con los otros y consigo mismo. Porque si hay algo que une sus dos vidas (la que empezó a los diez años con una ovalada en las manos y la posterior al accidente) es esa sensación de que el deporte no fue solo una actividad: fue refugio, fue impulso, fue identidad.

“Cuando empecé quería jugar de wing, de fullback o de segundo inside, pero cuando sos chico jugás en varias posiciones. Después, cuando empecé a jugar más en serio en el intercolegial, el entrenador me dijo: ‘Vos, a la cocina, al scrum, sos segunda línea’. Así que ese fue mi puesto”, agrega sobre sus inicios. En el Old Christians Club, Parrado, Canessa, Vizintín, Pérez del Castillo y el resto de sus compañeros vivían un rugby completamente amateur, sin largas sesiones de gimnasio y con entrenamientos dos veces por semana. “Teníamos jugadores excepcionales que, si jugaran hoy, serían superestrellas. Tuvimos un buen equipo”, asegura.

Pero, sin imaginarlo, un viaje deportivo iba a cambiarle la vida para siempre. Fue con ese equipo que emprendieron una aventura a Chile en 1972 para disputar un partido ante el campeón local, el Old Boys Club. El vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya partió de Montevideo el 12 de octubre y, debido a las malas condiciones climáticas, se estrelló al intentar cruzar la cordillera hacia Santiago. De los 45 pasajeros, 29 sobrevivieron al impacto. 72 días después solo 16 fueron rescatados, en lo que se recuerda como una de las historias más extremas de supervivencia jamás contadas.

Al mismo tiempo reflexiona sobre el liderazgo, no solo en aquella tragedia, sino también en la vida. “En el accidente podés encontrar una fantástica historia de liderazgo, porque todos los líderes iban muriendo y los menos indicados terminaron liderando una de las historias más épicas de supervivencia. El carácter no se estudia, el carácter aparece por las circunstancias. No tengo la verdad sobre el liderazgo, pero si no sos líder de tu vida, es difícil que puedas liderar nada. Hay líderes en el deporte, en los negocios. Siempre hay alguien que es líder. ¿Por qué? No sé. Es así. Es una habilidad que se tiene que pulir >Sin quererlo ni buscarlo, Parrado junto a Roberto Canessa se pusieron al frente y tomaron ese papel de líderes por un momento. Fueron ellos quienes abandonaron el campamento y caminaron durante diez días por las inmensas montañas congeladas para buscar ayuda. Esa hazaña marcó el final de una vida y el inicio de otra: la que eligió vivir.

El automovilismo no le era ajeno. Su padre había sido presidente y fundador de la Asociación Uruguaya de Volantes. “Yo quería correr desde que era niño. Me encantaba, pero tenía dos problemas. Primero, el miedo. Y luego, mi padre. Él conocía mucho del tema y durante mi infancia me decía: ‘¿Tú quieres correr? No hay problema, pero no me pidas dinero, no te voy a financiar ni una goma para que corras en auto. He visto fortunas dilapidadas en carreras de autos. Yo voy, te limpio el auto, te cambio las gomas, te lo cargo de combustible y ajustamos la presión. Pero plata no me pidas”.

La pasión por la velocidad y el mundo motor era tal que, a solo dos semanas del accidente, Fernando Parrado ya estaba pisando un circuito profesional de Fórmula 1. “Después de salir de allá (del accidente), el 14 de enero se corría el Gran Premio de Fórmula 1 en Argentina y mis amigos me dijeron: ‘Nando, vamos’, y yo les dije: ‘¿Y por qué no? Vamos’. Fui con ellos al igual que iba todos los años, pero con 45 kilos menos, la cara quemada por el sol y los labios todavía resquebrajados”.

Fue entonces, en el medio de ese bullicio, cuando su vida comenzó a tomar un giro inesperado. Los altoparlantes del autódromo lo llamaron para que se presentara en la torre de control. “Señor Nando Parrado, por favor, presentarse con las autoridades de la carrera”, se escuchó en todo el recinto.

“Cuando voy, detrás de uno de los boxes había una casa rodante. Abrieron la puerta, entro y ahí estaba Jackie Stewart. Me dijo: ‘¿Sos Nando Parrado? Qué emoción poder conocerte. Cuando me dijeron que estabas acá, dije: a este tipo lo tengo que conocer’. Después me invitó a cenar, y desde entonces somos familia. Soy padrino de sus hijos”. La relación con el tricampeón mundial de la F1 se transformó en una amistad que ya lleva más de cinco décadas.

Pero no fue fácil. La postura de su padre en cuanto a lo económico obligó a Fernando a centrarse de lleno en averiguar cómo llegar a cumplir su objetivo. Él se enfocó en eso y cambió el chip, dejando en segundo plano todo el ruido mediático que se generó por el terrible episodio que había vivido en Los Andes. “Averigüé cómo funcionaba todo y arranqué por lo más barato: las motos. Gané el Motocross de las Américas, la carrera más importante de Sudamérica en esa época”, relata con orgullo.

Sin embargo, ese fue sólo el impulso para cumplir su verdadera meta: conducir automóviles. Fue entonces que en 1974 viajó a Europa, en donde participó del prestigioso curso de Jim Russell (Jim Russell Racing Driver School) en Inglaterra. Allí ganó la carrera final y despertó interés en la Fórmula 3. “El Director de la Academia me dijo que tenía talento, que buscara patrocinadores en Sudamérica para competir”.

Esa gira fue otro punto de inflexión en su camino, ya que en uno de esos viajes, en Bélgica, conoció al amor de su vida, Veronique. “Son 46 años juntos, dos hijas, cuatro nietos. No sé qué hubiera hecho sin ella. Tuve la suerte de encontrarla y que se enamorara de mí. Es una mujer extraordinaria, pocas hay en el mundo como ella”, dice, aún sorprendido por lo que el destino le tenía preparado después del abismo.

“Tengo que estar muy agradecido a los autos. A mí me dieron una vida, una familia. Si no hubiera corrido en autos, no habría encontrado a mi esposa en Europa. Ha sido mi pasión, me dieron muchas cosas. Siempre quise correr en autos y pude cumplir ese objetivo después de mucho tiempo”, se sincera.

A partir de allí, dejó de lado cualquier disciplina extrema. Ahora tenía su propia familia. Su vínculo con el deporte, sin embargo, nunca se rompió: desde un breve paso por el mundo del boxeo, coronándose campeón, hasta conquistar un título a sus 42 años en un campeonato de motos de agua. “Así es, tengo el cinturón de campeón mundial de boxeo y nunca me subí al ring”, afirma entre risas. “Me lo dio la Federación Mundial de Boxeo en una conferencia en México. El presidente de la Federación me lo entregó y me dijo: ‘Por tus atributos, de resiliencia, valor y coraje, como debe tener un boxeador, te nombramos campeón mundial de boxeo sin pegar una sola piña’. Es el cinturón que hoy guardo para mis nietos”.

Hoy, cuando va a ver a su nieto jugar en su antiguo club, el Old Christians, revive esa pasión. “Uno de mis sueños era verlo hacer un try y ya lo hizo. Le doy motivación: ‘Si hacés un try, tenés esto’. Lo presiono un poquito, pero bien. Lo veo esforzarse y me pone feliz”, dice entre risas.

COMPARTIR: