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26 de enero de 2025

Un liberalismo renovado puede hacer frente al desafío populista

Al menos tres principios deberían guiar una reforma: mayor énfasis en la libertad de expresión; más diversidad socioeconómica entre los activistas políticos y las élites; y un nuevo enfoque de la regulación que haga hincapié en la eficacia

>Con el presidente Trump de nuevo en la Casa Blanca, debería quedar meridianamente claro que el “liberalismo del establishment” ya no es viable. Necesitamos un nuevo liberalismo que sea más fiel a sus valores originales pero adaptado a nuestros tiempos.

Pero un liberalismo renovado debe redescubrir sus raíces más inspiradoras: una energía que proviene de la oposición al uso injusto y desenfrenado del poder; un compromiso con la libertad de pensamiento y la celebración de diferentes enfoques a nuestros problemas comunes; y una preocupación por la comunidad, así como por el individuo, como base de los esfuerzos para mejorar las oportunidades de los desfavorecidos.

El liberalismo y su fracaso

El liberalismo no es sólo una filosofía abstracta. Sienta las bases de instituciones y sistemas que han contribuido a las cumbres del florecimiento humano.

Sin embargo, países de todo el mundo industrializado han recurrido a partidos populistas de derechas como la Agrupación Nacional en Francia, el Partido por la Libertad en los Países Bajos y AfD en Alemania.

Deneen y otros críticos sostienen que las ideas liberales fueron defectuosas desde el principio, porque intentaron cambiar la cultura desde las instituciones de élite hacia abajo y enfatizaron la autonomía individual por encima de la comunidad.

Esta crítica ignora los muchos éxitos del liberalismo (la lucha contra el fascismo, el movimiento por los derechos civiles, la oposición al totalitarismo soviético). Ignora que los países que pasan de regímenes políticos autoritarios a la democracia, que tienden a aumentar las libertades civiles y las limitaciones al abuso del poder político y la coerción, suelen experimentar un crecimiento económico más rápido, más estabilidad y más gasto y mejores resultados en sanidad y educación.

Y lo que es más importante, estas críticas confunden el liberalismo establecido con las raíces muy diferentes del liberalismo del pasado.

Estas raíces pueden recogerse en otro libro de 2018, “La historia perdida del liberalismo”, de Helena Rosenblatt, que relata las sensibilidades y luchas de los fundadores del liberalismo desde la antigua Roma hasta los filósofos europeos de los últimos cuatro siglos.

Rosenblatt cita a Cicerón, que podría considerarse el primer filósofo de la tradición liberal: “Puesto que no hemos nacido para nosotros solos”, escribió, “debemos contribuir con nuestra parte al bien común, y mediante el intercambio de amables oficios, tanto al dar como al recibir, tanto por la habilidad, como por el trabajo y por los recursos a nuestro alcance, fortalecer la unión social de los hombres entre los hombres”.

Los pensadores liberales también eran diversos. Friedrich von Hayek, uno de los filósofos liberales más importantes de los dos últimos siglos, lidió con la forma de combinar la ignorancia y la falibilidad humanas con las instituciones que protegen la libertad. Escribió que “la defensa de la libertad individual descansa principalmente en el reconocimiento de la inevitable ignorancia de todos nosotros respecto a gran parte de los factores de los que depende la consecución de nuestros fines y nuestro bienestar”. Sin embargo, los progresistas liberales de hoy rechazarían incluso tener a Hayek en sus filas.

No podemos entender los problemas del establishment liberal de hoy sin reconocer que se convirtió en el establishment y nunca se ajustó a esta nueva realidad.

Los tres pilares

La revolución conservadora de Barry Goldwater y Ronald Reagan hizo retroceder algunas de las normativas de la era del Nuevo Trato, redujo los impuestos y favoreció a las grandes corporaciones, pero tres pilares del liberalismo establecido cobraron fuerza: (1) el liberalismo cultural, con énfasis en el individualismo, la autonomía y las actitudes culturales progresistas; (2) el empoderamiento de las élites educadas, tanto en forma de tecnocracia como de meritocracia, pero yendo más allá de los asuntos técnicos y extendiéndose a cuestiones como los valores morales; y (3) un énfasis en el establecimiento de procedimientos para la aplicación predecible de leyes y normativas.

Sin embargo, históricamente, estos tres pilares del establishment no eran esenciales para el liberalismo. En el mejor de los casos, deberían haber sido considerados como parte de un conjunto de prácticas adaptadas a los tiempos y a las exigencias con las que se encontró el Estado moderno.

Sin el adecuado equilibrio de poder, el liberalismo cultural se inclinó cada vez más hacia la imposición de valores. También llegó a conceptualizar la libertad con derechos individuales, sin reconocer la importancia de la contribución recíproca a la comunidad.

El ascenso de la élite culta es en parte económico, impulsado por el declive del trabajo manual en la sociedad postindustrial. También es consecuencia del creciente papel que los expertos llegaron a desempeñar en las instituciones estatales y en las torres intelectuales de las democracias liberales. El liberalismo establecido y estas élites justificaron este ascenso con la meritocracia. Pero esta justificación también contribuyó a su práctica descendente de imponer políticas y un liberalismo cultural.

Procedimientos y gobernanza eficaz: una de las grandes promesas de la democracia liberal era ofrecer servicios públicos ampliamente accesibles y de alta calidad. Esto es lo que el poeta laureado británico John Betjeman resumió con agudeza cuando escribió: “Piensen en lo que representa nuestra Nación”: “Democracia y desagües adecuados”.

A ello ha seguido un pronunciado descenso de la eficiencia en la prestación de servicios públicos. Un estudio reciente de los economistas Leah Brooks y Zachary Liscow revela que, entre los años 60 y 80, el gasto público por kilómetro de autopista se multiplicó por más de tres, muy probablemente porque se introdujeron normas adicionales para que los grupos de ciudadanos no se vieran perjudicados por la construcción de nuevas autopistas. Éstas llegaron a estar fuertemente vigiladas por activistas y grupos de intereses especiales. Otros economistas han descubierto ineficiencias similares en el sector de la construcción, con una explicación parecida: las onerosas normativas sobre el uso del suelo.

El nuevo liberalismo

Esto no significa que ciertos tipos de medios sociales no puedan ser regulados. Pero sí significa que los liberales deberían dar la bienvenida a la diversidad de puntos de vista y a la crítica y dejar de presionar socialmente a quienes se desvían de las líneas aceptadas.

El segundo principio debería ser un intento explícito de contar con una mayor diversidad socioeconómica entre los activistas políticos y las élites. Parte del problema y una fuente importante de la falta de equilibrio de poder es que los activistas progresistas proceden en su mayoría de las clases medias altas, con títulos de educación de élite (y pocos vínculos con la clase trabajadora).

El tercer principio debería ser un nuevo enfoque de la regulación que haga hincapié en la eficacia y minimice el papeleo y las barreras procedimentales. El Estado moderno, y especialmente los partidos y políticos liberales, tienen que encontrar la manera de regular con un mínimo de burocracia y retrasos. El Estado moderno también tiene que centrarse en las normativas básicas: una cosa es hacer frente a los riesgos de la tecnología nuclear, los nuevos productos farmacéuticos, la inteligencia artificial y las criptomonedas, y otra muy distinta construir una burocracia para acumular permisos de reparación o conceder licencias a peluqueros y masajistas.

La experimentación con diferentes alternativas es clave, otra idea liberal que se ha olvidado.

© The New York Times 2025.

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